lunes, 3 de agosto de 2009

NUEVO HUMANISMO EN EDUCACIÓN

EL TEXTO COMPLETO LO PUEDE BAJAR DE LA REVISTA MAGIS SE ENCUENTRA EN EL SIGUIENTE ENLACE: 


No hace mucho el tema de la responsabilidad social se ha aplicado a la universidad misma (Hoyos, 2009). Esto ha contribuido a acentuar la sospecha de que ésta se ha ido convirtiendo gradualmente en empresa, en el mejor de los casos quizá sólo en ‘empresa del conocimiento’. Pero ciertamente es un síntoma de que la universidad está perdiendo su identidad, cuando gentes de buena voluntad creen que hay que preguntar por el sentido de su responsabilidad social en cierta especie de emergencia terapéutica (Taylor, 2007, p. 618-623). La responsabilidad social es de la universidad misma, de su identidad, ya que todo el proceso educativo debe estar orientado a la formación ciudadana, de la cual se sigue todo sentido de responsabilidad en la sociedad. Esto naturalmente tiene sus condiciones, que no pueden ser tomadas como obvias, evidentes, en el sentido de que no haya que explicitarlas. No todo sentido de educación y toda idea de universidad dan lo mismo (Hoyos, Serna & Gutiérrez, 2007; Hoyos, 2008).



En sus famosas conferencias radiales de los años 60 en Frankfurt bajo el título genérico ¿Para qué todavía filosofía?, Theodor Adorno sustentó la tesis de que la filosofía cuanto más inútil tanto más filosofía (Adorno, 1972; Habermas, 1971). No sólo la filosofía, la educación en general y la universidad especialmente deben ser impertinentes y cuanto más impertinentes tanto más críticas y tanto más abiertas a la utopía. La teología, la psicología, las ciencias sociales y el derecho han de ser impertinentes, si quieren ser responsables con una sociedad que espera precisamente de la educación análisis críticos, propuestas de cambio, compromiso con aquello que nos falta en un horizonte de utopía, de acuerdo con lo planteado recientemente por Jürgen Habermas en Una conciencia de lo que falta (Reder & Schmidt (Hrsg.), 2008), un librito que recoge la reciente discusión sobre filosofía de la religión en esta sociedad postsecular, entre el filósofo alemán y jesuitas de la Facultad de Filosofía de Munich.


Pero no, se sigue insistiendo en la pertinencia, la que garantice sostenibilidad: sostenibilidad del modelo económico que hace crisis, sin que las escuelas de economía se inmuten; sostenibilidad de la guerra, sin que las ciencias políticas y jurídicas se den por aludidas. Y si la universidad se manifiesta impertinente parece justificarse su intervención por parte de la fuerza pública, si no se pasa directamente a deslegitimar la misión de los intelectuales cuando no son pertinentes, como lo manifiestan los gobiernos autocráticos o lo añoran intelectuales de derecha en su maridaje con los tiranos.
Frente a las exigencias de pertinencia a las universidades, es necesario que ellas recuperen primero su identidad para poder realizar su proyecto en el horizonte de la utopía y de la crítica. Para ello, fomentarán las ciencias del espíritu, se ocuparán de los problemas más relevantes de la sociedad, en especial de los derechos humanos tanto civiles y políticos, como materiales. Así podrán constituir el sentido mismo de la responsabilidad social como tarea para la sociedad civil, para sus estamentos y sus egresados, partiendo de las famosas preguntas de Immanuel Kant: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me es permitido esperar? ¿Qué es el hombre? (Kant, 1978, p. A805; Tugendhat, 2008, p. 19).
En su Carta sobre el humanismo, Martin Heidegger en 1946, inmediatamente después de la guerra, critica toda forma de humanismo, en especial el cristiano, el marxista y el existencialista, por pretender dar razón de la existencia humana, sin tener en cuenta el sentido mismo del existir (Dasein), como diferente del de realidad de los entes en el mundo. No podemos acudir a humanismos que hablan del hombre desde fuera y hacen de la educación una actividad instrumental para lograr determinadas metas, mucho menos las que sean fijadas por criterios funcionales en el ámbito de la economía o de la política. Para mostrar lo que estamos discutiendo, Heidegger acude a una metáfora, sugerida por la nostalgia de la filosofía de ser reconocida como ciencia, con lo cual se ubica también en cuanto paideia, como estudios científicos de la educación, fuera de su elemento. "Se juzga al pensar según una medida que le es inadecuada. Este juzgamiento se asemeja al procedimiento que intenta aquilatar la esencia y virtud del pez en vista del tiempo y modo en que es capaz de vivir en lo seco de la tierra. Hace tiempo, hace demasiado tiempo, que el pensar está en lo seco. ¿Se puede pues llamar "irracionalismo" al empeño por reconducir el pensar a su elemento?" (Heidegger, 1981, p. 67).



El pensar está en lo seco. Un sentido de educación reduccionista orientado sólo a la ciencia, la técnica y la innovación, ignorando los fundamentos culturales de la paideia ubica la educación en lo seco, la mide por resultados, por indicadores de pertinencia y por competitividad en el ámbito de las destrezas. Es necesario, por tanto, retornar la educación a su elemento, así parezca irracionalismo apreciarla a partir de la intersubjetividad del comprender, de su apertura a las diversas opiniones y a un humanismo que reconozca otras culturas en su diferencia como diferentes. Sólo entonces tiene sentido hablar de objetividad del saber a partir del diálogo, la argumentación y la interculturalidad





El nuevo humanismo que estamos buscando es el de la Universidad sin condición (gracias a las "humanidades"), en el sentido propuesto por Jacques Derrida en Stanford en abril de 1998 y de nuevo en Frankfurt en 2000 y en Murcia un año después. Allí dijo que la universidad del futuro debería ser totalmente libre: en ella no debería obstaculizarse de ninguna forma la investigación. Y enfatizó: de lo que se trata en última instancia en la universidad es de la verdad; y hablaba especialmente de las ciencias del espíritu: Las preguntas orientadoras que habría que considerar en esta universidad deberían ser, por ejemplo, las preguntas por los derechos humanos, la diferencia de género o el racismo. En esta universidad, hay que trabajar filosóficamente. Se desean análisis de conceptos, pero también resistencia. Una universidad libre es también una universidad sin poder; la universidad se comporta con respecto al poder como un extraño. Finalmente, la verdadera universidad debería ser un lugar donde lo impredecible pudiera volverse acontecimiento.



Todos los testimonios citados nos permiten pensar que el proyecto de una educación para un nuevo humanismo es realizable, si se profundiza en la estructura esencialmente comunicacional de todo proceso formativo: la educación, como comunicación, enriquece significativamente nuestras relaciones con otros grupos sociales y con otras naciones, a partir de lo cual se pueden desarrollar y validar las más diversas actividades para el entendimiento intercultural y la constitución de ciudadanía desde un punto de vista cosmopolita.
"Ciencias de la discusión" (Habermas, 1995) calificó hace mucho Jürgen Habermas a las ciencias sociales y humanas para distinguirlas de las así llamadas "ciencias positivas". Con ello, quiso enfatizar lo comunicativo de este tipo de saberes. Su punto de partida es un cambio de paradigma, que me saca de la filosofía de la reflexión en el diálogo del alma consigo misma y me reinstala en el mundo de la vida, lugar de la sociedad civil y de la interacción con los demás. Es allí, en el comprender al otro como diferente en su diferencia y por tanto como interlocutor válido, donde se va conformando una ética de mínimos a partir de los máximos de las diversas culturas en un diálogo intercultural que rescata no sólo el valor de la tolerancia, sino su fundamento mismo en el principio ontológico del pluralismo. Es el ethos de la Universidad (Hoyos, 1998), asumido como principio de la educación para un nuevo humanismo.